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viernes, 27 de enero de 2023

Pintores británicos. Índice

-Post del 18 de diciembre del 2018. William Blake.

Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.

Los inicios de la sociedad actual. Las revoluciones americana y francesa en un breve recorrido cinematográfico (2).

 La Revolución Americana.

AMÉRICA ENCIENDE LA PRIMERA MECHA.

 Las colonias británicas de Norteamérica tenían el claro hándicap de la distancia. 

Cinco mil kilómetros de océano dificultaban la comunicación con la metrópoli. Pero la distancia no era sólo física sino también social: las sociedades que habitaban a un lado y otro del Atlántico se configuraron de forma muy distinta y su posterior evolución implicó un distanciamiento cada vez mayor con el paso del tiempo, por muchos y muy diversos motivos. 

Gran Bretaña, incluso siendo uno de los países más evolucionados de Europa, se movía todavía con pautas de sociedad aristocrática y estamental, mientras que en América empezaba a predominar una clase alta y media que quería imponer otros valores. No es que no hubiese ricos y pobres – desde luego no se trataba de la encarnación de Utopía-, pero no existía una aristocracia hereditaria (la que había residía en la metrópoli) ni tampoco el peso de una iglesia que pudiese apoyar determinado e inconmovible establishment. 

La idea de que si uno trabajaba y se esforzaba podría mejorar su situación personal, más allá de las condiciones de su nacimiento o de su riqueza, caló extraordinariamente en suelo americano (hasta el extremo de que todavía hoy hay gente de aquellos lares que se la sigue creyendo). Entre 1764 y 1775 se produjeron toda una serie de desencuentros entre el gobierno de Londres y sus súbditos norteamericanos (las 13 colonias estaban sujetas al llamado “Pacto colonial”), desencuentros que provocaron un extraordinario avivamiento de sentimientos independentistas y otros muchos conflictos que acabaron estallando en una guerra y una ruptura definitiva de relaciones. ¿La espoleta?: una subida de impuestos, pero también crispó los ánimos la prohibición de que los colonos se estableciesen en nuevos territorios situados más al oeste, lo que hizo temer que el gobierno inglés pudiese querer venderlos para pagar los gastos de sus guerras en el continente europeo (contra Francia).

 Tanto la llamada “Ley del Timbre” (Stamp Act, impuesto sobre sellos, documentos públicos y prensa, 1765) como la “Ley del Té” (impuesto sobre diversos productos además del té: vidrio, plomo etc.) consiguieron aunar movimientos de rechazo y la conciencia de que los “americanos” debían tener voz propia (1) fue creciendo a velocidad exponencial. 

Las protestas que se desataron contra los nuevos impuestos fueron, dentro de la más pura tradición autoritaria, reprimidas con contundencia lo que contribuyó a enardecer todavía más los ánimos (desde luego, no consiguieron en absoluto aplacarlos). El 16 de diciembre de 1773 un grupo de colonos disfrazados de indios Mohawk, asaltaron un barco perteneciente a la Compañía Británica de las Indias Orientales y lanzaron por la borda todo su contenido de té: cientos de fardos de la preciada mercancía fueron a parar a la bahía de Boston para alimentar a los peces. 

El gobernador inglés se lo tomó muy mal y ante su reacción desproporcionada otras colonias se sumaron a la causa. En el I congreso continental de 1774 (5/9/1774), reunido en Filadelfia, con 51 delegados de las 13 colonias, se acordó el derecho de éstas a decretar su propia legislación y se asumieron funciones de auto-gobierno. También se autorizó el reclutamiento de un ejército para oponerse a la opresión británica poniendo al frente del mismo al propietario de una plantación de Virginia: George Washington. 

En agosto de 1775, Gran Bretaña declaró a las colonias americanas en estado de rebelión. 

El 4 de julio de 1776 (desde entonces fiesta nacional norteamericana), las colonias respondieron con otra declaración: por doce votos a favor, ninguno en contra, y la abstención de Nueva York, los delegados aprobaron la Declaración de Independencia americana (El II Congreso continental, de nuevo en Filadelfia, heredero del primero, comenzó sus reuniones en Mayo de 1775 y organizó a los estadounidenses en la guerra contra Gran Bretaña).

 La importancia y trascendencia posterior de la Declaración de Independencia fue enorme. 

 Para diversos historiadores fue el “precedente de todo”, ya que surgió un nuevo estado que se regiría por valores e instituciones inspiradas en el pensamiento liberal e ilustrado, en las antípodas de lo que sucedía en Europa. La guerra no fue algo breve: se alargó durante ocho años y fueron muchos los estados europeos que jugaron un papel en la misma (franceses, españoles y holandeses apoyaron a los colonos en la esperanza de favorecer sus propios intereses, o perjudicar los de los ingleses, más que por verdadera comprensión ideológica). 

Las fuerzas rebeldes estuvieron en muchas ocasiones a punto de ser derrotadas (2), pero al final triunfaron y en 1783 se firmó en París la Paz de Versalles en la que Gran Bretaña reconocía la independencia de las 13 colonias (y en el que Francia obtenía Tobago y Senegal y España, Menorca y la Florida, pero no el dichoso Gibraltar perdido en 1713). 

Pocos años después, el 17 de septiembre 1787, los representantes de las trece colonias se reunían de nuevo en Filadelfia y aprobaban la que sería la primera constitución escrita de la historia (3). La carta magna norteamericana entró en vigor en el verano del siguiente año certificando de forma oficial el nacimiento de los Estados Unidos de América (un hecho esencial y determinante de la historia contemporánea mundial). ¿Consecuencias? Como he mencionado antes, muchas y muy importantes... y las veremos en el próximo post.

Notas:

(1) A nivel político los norteamericanos contaban con muy poca autonomía. No poseían representación en el Parlamento británico, de ahí que muchos colonos respondieran con el lema de: “Ni una imposición sin representación”. Ya que a las colonias no se les permitía elegir miembros del Parlamento tampoco tendrían por qué soportar la imposición de unos impuestos sobre los que no habían tenido ni voz ni voto.

 (2) El ejército inglés era mucho más grande –unos 20.000 hombres, que se fueron incrementando paulatinamente- y estaba, lógicamente, bastante mejor pertrechado que el norteamericano –aprox. 8000 hombres- que hubo que formarlo con voluntarios (muy patriotas, pero indisciplinados) y que contaba con un equipamiento bastante inferior. El conocimiento del terreno y las dificultades de la metrópoli para seguir abasteciendo a su ejército (amén de la ayuda de algunas potencias europea) pusieron las cartas a favor de los rebeldes. La victoria de Saratoga, el 17 de octubre de 1777, fue el espaldarazo definitivo a favor de los americanos aunque no supuso ganar la guerra que se alargó hasta 1783. 

(3) Sobre la Constitución americana existen multitud de estudios especialmente desde el punto de vista político y jurídico. Para una visión general ver el link de Wikipedia:

Constitución de los Estados Unidos - Wikipedia, la enciclopedia libre

Declaración de Independencia: Texto completo | CNN

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Texto: Javier Nebot

domingo, 15 de enero de 2023

Los inicios de la sociedad actual: Las revoluciones Americana y Francesa en un breve recorrido cinematográfico (1).

 “No son las riquezas ni el esplendor, sino la tranquilidad y el trabajo, los que proporcionan la felicidad” 

Thomas Jefferson

Este post y los que le seguirán pretenden realizar un breve acercamiento al tratamiento cinematográfico de dos acontecimientos históricos de inusitada trascendencia por su impacto en la configuración del mundo que denominados “moderno”: la Revolución/Independencia norteamericana y la Revolución francesa

Si podemos convenir en que el Renacimiento fue derribando, poco a poco, las pautas propias de la Edad Media (al menos dentro del contexto europeo), la Ilustración y los movimientos sociales derivados de la misma supusieron el ocaso de las estructuras y modos de hacer propios del Antiguo Régimen. 

El siglo XVIII, conocido comúnmente como el Siglo de las luces, trajo consigo la germinación y el subsiguiente desarrollo de una serie de ideales que, aun siendo puramente europeos, implicarían el definitivo derrumbe del mundo antiguo y el inicio de una modernidad que afectaría a todo el planeta. De una forma que resulta aún hoy sorprendente, se puso en marcha una cosmovisión que modificó la manera de entender la vida no solo en la civilización occidental sino en todos los países del mundo (aunque fuese en distintos grados y a diferentes velocidades). 

Resulta evidente que tal incendio cultural no se inició con una única “mecha”, pero igual de evidente resulta, también, que todas las “mechas” que contribuyeron a ello procedieron de forma exclusiva del entorno europeo (considerando como tal, a todos los efectos, a los Estados Unidos, “hijos” intelectuales y sociales de la cultura Europea). Por eso mismo, los hechos históricos acaecidos en este contexto geográfico adquirieron un peso inusitado en la configuración de la historia mundial, y reconocerlo no implica, de ningún modo, loas euro-centristas, sino una mera y necesaria constatación de la realidad histórica…a pesar de algunas voces críticas que pretenden ser “políticamente correctas” y que ven en todo hecho histórico causa y excusa para un mea culpa cansino y constante. 

La historiografía actual ha acreditado suficientemente realidades incontrovertibles al respeto, aun teniendo en cuenta las diferentes opiniones e interpretaciones que se puedan tener o desarrollar sobre ellas. Como he mencionado en líneas anteriores, procuraré hacer una breve aproximación a los acontecimientos fundamentales de la Historia que, a finales del XVIII, originaron una serie de transformaciones de todo tipo que consiguieron configurar el mundo actual tal y como es hoy, y señalar algunas películas ilustrativas de esa época y acontecimientos. 

Por descontado, soy plenamente consciente de la imposibilidad de resumir todos los elementos claves: la abundancia de los mismos, a muy diversos niveles (históricos, políticos, sociales, culturales, científicos etc.), es de tal magnitud que la mera mención de algunos presupone, necesariamente, y sobre todo en una serie de breves posts como éstos, la omisión de otros. Pero, con todo, creo que sí es posible establecer una cierta “columna vertebral” que muestre los hitos fundamentales, las pautas esenciales, los aspectos más destacados de lo que se ha venido a llamar por algunos historiadores, de manera general, “la época de las revoluciones”. 

Análisis y estudios sobre los tiempos modernos los hay de todo tipo y de extraordinaria profundidad y calidad (1). Aquí, desde luego, solo pretendo recordar y valorar los aspectos más significativos de aquellos acontecimientos que marcaron el final del sistema estamental y el inicio de lo que se ha convenido en llamar el “mundo moderno(2): En ese sentido, no cabe duda de que tanto la revolución americana como la revolución francesa fueron las espoletas que iniciaron la demolición del “Ancien Régime” y marcaron unos caminos de transformación social que no tuvieron, a pesar de algunos intentos “reaccionarios”, vuelta atrás. 

Debido a los límites prudentes de este formato expositivo, quedarían para otro momento el análisis de las pautas fundamentales de lo que se conoce como la tercera gran revolución, la industrial, una revolución que supuso cambios estructurales decisivos para la eclosión definitiva de los cambios sociopolíticos que se iniciaron con las otras dos: El desarrollo de la técnica dinamitó, tanto o más que las innovaciones filosófico-políticas, la sociedad de la época y convirtió en irreversible, por lo que parece y hasta ahora, el “sentido” de la Historia y su teórico “progreso”. 

Si, como he tenido oportunidad de hacer en otros blogs, vinculo la historia al cine es porque considero que éste es una herramienta muy útil y complementaria para la “visualización” del pasado ya que, sin duda, vivimos en la época de la imagen y ya nada es ajeno a ella (y mucho menos el imaginario colectivo). 

No es que piense hacer una apología del tipo cine versus historia, no, claro que no. Sería una batalla perdida antes siquiera de iniciarse. Desde mi punto de vista y aunque el cine se ha servido en múltiples ocasiones de la Historia como fuente de argumentos (3), éste casi nunca ha tenido la pretensión de dar “lecciones” de Historia (porque excepciones, haberlas haylas, sin duda) y la Historia, como ciencia social que es, no puede recurrir al cine más que como apoyo didáctica o recreación artística (que precedentes hubo con la pintura histórica del siglo XIX).


La Historia, con mayúscula, busca y escudriña las huellas del pasado con la clara intención de sacarlo a la luz, en principio, de la forma más precisa y documentada posible. Es igual que desentierre ruinas o que descifre tablillas y pergaminos, que rebusque en documentos de papel o en archivos digitales: siempre tratará de ajustarse a la veracidad de las “pruebas” y los datos fehacientes y contrastables (a pesar de los intentos de manipulación o reescritura de la misma por parte de sectores muy ideologizados que convierten la subjetividad en un mantra interesadamente existencial y fundamentalmente político). En principio, lo que no sea académica o científicamente verificable, NO será “Historia”, serán “historias” (en el mejor de los casos). Se impone, como no podía ser menos, una lógica de método científico.
El Cine pretende otra cosa muy distinta. Su esencia es contar historias con un lenguaje propio, visual, que casi siempre busca la espectacularidad. Le es igual para ello modificar datos o circunstancias si finalmente consigue atrapar el corazón y la imaginación del espectador. Aquí no se trata de precisión sino de Arte o –más modestamente y en la mayoría de las ocasión.

¿Ninguna vinculación, pues? 
En mi modesta opinión, como amante de una de otro, es que ambos, tanto la Historia como el Cine, pueden desarrollar algo realmente extraordinario: recrear atmósferas, revivir el pasado en su ambiente, de tal forma que el lector o el espectador puedan hacer un viaje en el tiempo con ciertos visos de verosimilitud. 
Un viaje que, de otra forma, sería prácticamente imposible, aunque la imaginación nos posibilite muchas veces “viajar” por nuestra cuenta a otros mundos, ¡que se lo digan si no a la literatura! ¡Humanos somos! 
A Dios gracias, hoy en día contamos con historiadores que son capaces de subyugar tanto por su conocimiento como por su capacidad de trasladarte al pasado. Un pasado que describen con datos y precisión, pero también y en ocasiones, con talentosas intuiciones y especulaciones y, además, con brío y talento literario. Con amenidad y exactitud consiguen transmitir, a quien se acerque a sus libros, pasión por conocer la Historia. En el terreno cinematográfico, más “variopinto” desde luego, nos encontramos con cineastas de todo tipo. Algunos, cuando se acercan a la Historia (o a lo que sea), producen, reconozcámoslo, sarpullidos hasta en los espectadores más curtidos debido a las penosas puestas en escena o a las patéticas pretensiones de historicidad revestida de pompa, pero otros, a Dios gracias, consiguen arrastrarte a unos ambientes que respiran autenticidad (aunque el espectador ilustrado pueda, en ocasiones, detectar “fallos” de rigor en la historia que se narra o aunque sea la imaginación y no los hechos la base de esa historia concreta). Es más que probable que si el cine pretendiese hacer Historia el resultado fuese un documental (4), más o menos interesante, pero, seguro que sin el “alma” de espectáculo, que es, precisamente, la que consigue que podamos hablar en ocasiones de Arte en el cine. También es totalmente cierto que, si la Historia quisiese “enganchar” al aficionado con artes menos “científicas” caeríamos, probablemente, no siempre, en una trivialización divulgativa, que nos alejaría del rigor imprescindible. 
 Dejemos pues al Cine ser Cine y a la Historia ser Historia. 
Ojos diferentes para cada uno, pero siendo capaces de disfrutar cuando encontramos en ambos lo que muchos queremos: sentir que el pasado resucita, “revivir” lo que pudo ser y gozar de esos breves instantes en los que uno puede pasearse por mundos e historias que de otro modo serían poco más que polvo. Hacer un análisis de cómo el cine ha utilizado a la Historia sería más propio de un trabajo de Cine. Mi idea, en estas entradas dedicadas a las revoluciones de finales del XVIII, es utilizar el cine como mero refuerzo, como apoyo gráfico, de lo que la Historia nos cuenta. 

Con todo, sí quisiera mencionar que, afortunadamente, la sensibilidad hacia el detalle de muchos espectadores actuales ha propiciado un profundo cambio estético en el llamado cine “histórico” o de “época”. Poco o nada tiene que ver ya, a Dios gracias, un “péplum” de los años sesenta, en donde la falta de inteligencia iba acorde al tamaño de los músculos de los héroes protagonistas, con una película con argumento histórico de final de los noventa o de los primeros dos mil.


Hoy en día la exigencia de verosimilitud por parte del espectador ha obligado a productores y directores a esforzarse mucho para encontrar ese “toque” que otorgue credibilidad a lo que se nos cuenta en pantalla. El gran cine requiere hoy del consejo y asesoramiento de grandes profesionales de la historia y suele contar, en ocasiones -y hasta cierto punto- con ellos (Robin Lane Fox sería un ejemplo paradigmático (5) o Menéndez Pidal en El Cid, aunque –eran otros tiempos- poco caso le hicieron). Es evidente que no todos los espectadores que van a ver una película de ambientación histórica esperan recibir una “lección de Historia”, pero de lo que se trata aquí es de conseguir que, al que sí le interese la Historia, pueda encontrar algunas películas que le ilustren y le hagan disfrutar al ver encarnados ambientes, personajes y situaciones que por un momento den vida al pasado de manera certera. 

En el próximo post hablaremos de la "Revolución norteamericana".

Notas:
(1) El periódico EL PAIS publicó en colaboración con la Editorial Salvat una interesante y muy accesible Historia Universal. En sus tomos 16 al 20 se analiza el periodo comprendido entre la Revolución francesa y el final de siglo XX. Hay, como es lógico, infinidad de buenas enciclopedias históricas. Para realizar estas entradas, cara a establecer los hechos básicos, también he consultado “Gran Historia Universal”, publicada por el Club internacional del libro y escrita por diversos especialistas de diferentes universidades españolas. De manera más específica, autores como Daniel Boorstin (“Los creadores” y “Los descubridores”), Donald Sasoon (“Cultura. El patrimonio común de los europeos”), Richard Holmes (“La edad de los prodigios”) o Eric Hobsawn (“La era de las revolúciones”) focalizan su visión en aspectos concretos o se centran en un determinado espacio histórico temporal, aun manteniendo una panorámica general. También desarrollando una visión muy, muy, general, y pensando más en neófitos que en estudiosos de la Historia el gran escritor Isaac Asimov ofrece una amena y de muy fácil lectura “Cronología del mundo” que ayuda a situar esquemáticamente el periodo que analizamos. (Quizá demasiado fácil, pero, sin duda, puede valer para una primera toma de contacto con la el mundo de la Historia). Por descontado, la bibliografía específica es inmensa y el lector interesado puede encontrar textos de prácticamente cualquier aspecto que se le ocurra relacionado con los avatares del periodo histórico que abordamos. 

(2) Hans Küng, (“Una teología para el nuevo milenio”), siendo teólogo y no historiador, realiza unas consideraciones interesantes y oportunas al respecto: “La palabra moderno es ya antigua y se remonta a la Antigüedad tardía, aunque solo en la primera Ilustración francesa del siglo XVII comenzó a ser utilizada en sentido positivo para designar el nuevo espíritu de la época: era una expresión de protesta contra la idea renacentista, heredada de la antigüedad, de una historia cíclica. De hecho, el Renacimiento, no obstante distar mucho del precedente cristianismo de la oscura Edad Media, no utilizó la palabra “moderno” como término característico de su época. Su mirada se orientaba de un modo demasiado “retrospectivo” hacia la Antigüedad. Justo en el siglo XVII es cuando se llega a un nuevo sentimiento de superioridad, fundado en los éxitos de la ciencia y filosofía “modernas” a partir de Copérnico y Descartes. Así se manifestó en la polémica, de cerca de veinte años de duración, sobre la “Fuente de lo Antiguo y de lo Moderno”, que tuvo su inicio en una famosa sesión de la Academia Francesa en 1687. También en nuestros días la palabra “moderno” se refiere con frecuencia a una época fundamentalmente superada, mientras que se utiliza “posmoderno” como cifra de una época que ciertamente se inicia en estos decenios y que es reconocida en su valor propio, pero que aún no se puede delimitar claramente. Un dato sintomático (que confirma indirectamente nuestra división de épocas) es que la idea secular de progreso, tan característica de la modernidad –una vez más en oposición a un Renacimiento orientado al pasado- se acuña igualmente en el s. XVII, para aplicarse en el s. XVIII, como signo de los tiempos con respecto a toda historia, al conjunto de los ámbitos de la vida. Entonces es cuando aparece la nueva acepción de “el progreso”, surgiendo al mismo tiempo la de la “la historia”. Finalmente, en el siglo XIX, la fe en el progreso alcanza su punto culminante en el desarrollo científico técnico-industrial, y se convierte para liberales y socialistas en un sucedáneo moderno y secular de religión” (Óp. cit. Pp. 21-22)

(3) Jordi Balló y Xavier Pérez efectúan un buen análisis de los argumentos universales en el cine en su obra “La semilla inmortal” (Anagrama 2011). Mitos, leyendas, y todo tipo de ficciones han alimentado la insaciable sed de historias del cine. También allí se pueden rastrear retazos de Historia. La revista virtual METAKINEMA ofrece interesantes aportaciones al maridaje cine e historia. Página principal (metakinema.es) . Página principal (metakinema.es)

(4) Hay documentales realmente excelentes. La BBC, sobre todo, parece producirlos con especial encanto y talento. “Civilización” de Kenneth Clark o “En busca de Troya” de Michael Wood son solo dos ejemplos de otros muchos (versados en otras épocas diferentes a las que tratamos aquí y ahora) que avalan una tradición de reconocido prestigio y calidad. También en USA los documentales de Canal Historia realizan una tarea de divulgación digna de ser tenida en cuenta por los neófitos (aunque, al menos desde mi punto de vista, algunos de ellos son de peor calidad que los de la BBC). En España, poco a poco, empieza a brillar una labor similar de divulgación histórica, aunque, por ahora, tenga menos resonancia mediática y popular que las producciones anglosajonas. Referencias en internet: 

(5)Robin Lane Fox (nacido en 1946) es un historiador y académico inglés, que ejerce de profesor titular en la Universidad de Oxford, enseñando Historia Antigua. Es el padre de la famosa creadora de lastminute.com, Matha Lane Fox. Fue al internado elitista de Eton y al Magdalen College de la Universidad de Oxford. Ha escrito numerosos libros y artículos, incluyendo: -Alexander the Great (Alejandro Magno, biografía más vendida del macedonio) 
-Pagans and Christians (Paganos y cristianos) 
-The Unauthorized Version: Truth and Fiction in the Bible (La versión no autorizada: verdad y ficción en la Biblia) 
-The Classical World: An Epic History from Homer to Hadrian (El mundo clásico: una historia épica desde Homero hasta Adriano - su libro más reciente). 
 Lane Fox ha enseñado literatura griega y romana, así como historia de Grecia y Roma, e historia de los comienzos del Islam. Fue el asesor histórico de la película Alejandro Magno, de Oliver Stone, en donde además trabajó como extra haciendo de un hetairoi en la Batalla de Gaugamela. Para ello tuvo que renunciar a que se le citara como extra en los créditos del film con las palabras Introducing Robin Lane Fox (presentando a Robin Lane Fox). Robin Lane Fox también escribe columnas sobre jardinería para el periódico Financial Times". 

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Texto: Javier Nebot

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