“No son las riquezas ni el esplendor, sino la tranquilidad y el trabajo, los
que proporcionan la felicidad”
Thomas Jefferson
Este post y los que le seguirán pretenden realizar un breve acercamiento al tratamiento cinematográfico de
dos acontecimientos históricos de inusitada trascendencia por su impacto en la configuración del mundo que denominados “moderno”: la Revolución/Independencia norteamericana y la Revolución francesa.
Si podemos convenir en que el Renacimiento fue derribando, poco a poco, las pautas
propias de la Edad Media (al menos dentro del contexto europeo), la Ilustración y los
movimientos sociales derivados de la misma supusieron el ocaso de las estructuras y modos
de hacer propios del Antiguo Régimen.
El siglo XVIII, conocido comúnmente como el Siglo de las luces, trajo consigo la germinación y el subsiguiente desarrollo de una serie de ideales que, aun siendo puramente
europeos, implicarían el definitivo derrumbe del mundo antiguo y el inicio de una modernidad que afectaría a todo el planeta. De una forma que resulta aún hoy sorprendente, se puso en marcha una cosmovisión que modificó la manera de entender la
vida no solo en la civilización occidental sino en todos los países del mundo (aunque
fuese en distintos grados y a diferentes velocidades).
Resulta evidente que tal incendio cultural no se inició con una única “mecha”, pero
igual de evidente resulta, también, que todas las “mechas” que contribuyeron a ello
procedieron de forma exclusiva del entorno europeo (considerando como tal, a todos
los efectos, a los Estados Unidos, “hijos” intelectuales y sociales de la cultura Europea). Por eso mismo, los hechos históricos acaecidos en este contexto geográfico adquirieron un peso inusitado en la configuración de la historia mundial, y
reconocerlo no implica, de ningún modo, loas euro-centristas, sino una mera y necesaria constatación de la realidad histórica…a pesar de algunas voces críticas que
pretenden ser “políticamente correctas” y que ven en todo hecho histórico causa y
excusa para un mea culpa cansino y constante.
La historiografía actual ha acreditado
suficientemente realidades incontrovertibles al respeto, aun teniendo en cuenta las
diferentes opiniones e interpretaciones que se puedan tener o desarrollar sobre ellas.
Como he mencionado en líneas anteriores, procuraré hacer una breve aproximación a los acontecimientos fundamentales de la Historia que, a finales del XVIII, originaron una serie
de transformaciones de todo tipo que consiguieron configurar el mundo actual tal y
como es hoy, y señalar algunas películas ilustrativas de esa época y acontecimientos.
Por descontado, soy plenamente consciente de la imposibilidad de resumir todos
los elementos claves: la abundancia de los mismos, a muy diversos niveles (históricos, políticos, sociales, culturales, científicos etc.), es de tal magnitud que la mera
mención de algunos presupone, necesariamente, y sobre todo en una serie de breves posts como éstos, la omisión de otros. Pero, con todo, creo que sí es posible establecer una
cierta “columna vertebral” que muestre los hitos fundamentales, las pautas esenciales, los aspectos más destacados de lo que se ha venido a llamar por algunos historiadores, de manera general, “la época de las revoluciones”.
Análisis y estudios sobre los tiempos modernos los hay de todo tipo y de extraordinaria profundidad y calidad (1). Aquí, desde luego, solo pretendo recordar y
valorar los aspectos más significativos de aquellos acontecimientos que marcaron el
final del sistema estamental y el inicio de lo que se ha convenido en llamar el “mundo
moderno” (2): En ese sentido, no cabe duda de que tanto la revolución americana
como la revolución francesa fueron las espoletas que iniciaron la demolición del “Ancien Régime” y marcaron unos caminos de transformación social que no tuvieron, a
pesar de algunos intentos “reaccionarios”, vuelta atrás.
Debido a los límites prudentes
de este formato expositivo, quedarían para otro momento el análisis de las pautas fundamentales de
lo que se conoce como la tercera gran revolución, la industrial, una revolución que
supuso cambios estructurales decisivos para la eclosión definitiva de los cambios sociopolíticos que se iniciaron con las otras dos: El desarrollo de la técnica dinamitó,
tanto o más que las innovaciones filosófico-políticas, la sociedad de la época y convirtió en irreversible, por lo que parece y hasta ahora, el “sentido” de la Historia y su teórico “progreso”.
Si, como he tenido oportunidad de hacer en otros blogs, vinculo la historia al cine es porque considero que éste es una herramienta muy útil y complementaria para la “visualización” del pasado ya que, sin duda, vivimos en la época
de la imagen y ya nada es ajeno a ella (y mucho menos el imaginario colectivo).
No es que piense hacer una apología del tipo cine versus historia, no, claro que no.
Sería una batalla perdida antes siquiera de iniciarse. Desde mi punto de vista y aunque el cine se ha servido en múltiples ocasiones de la Historia como fuente de argumentos (3), éste casi nunca ha tenido la pretensión de dar “lecciones” de Historia (porque excepciones, haberlas haylas, sin duda) y la Historia, como ciencia social que es,
no puede recurrir al cine más que como apoyo didáctica o recreación artística (que
precedentes hubo con la pintura histórica del siglo XIX).
La Historia, con mayúscula, busca y escudriña las huellas del pasado con la clara intención de sacarlo a la luz, en principio, de la forma más precisa y documentada posible. Es igual que desentierre ruinas o que descifre tablillas y pergaminos, que rebusque en documentos de papel o en archivos digitales: siempre tratará de ajustarse a la
veracidad de las “pruebas” y los datos fehacientes y contrastables (a pesar de los intentos de manipulación o reescritura de la misma por parte de sectores muy ideologizados que convierten la subjetividad en un mantra interesadamente existencial y
fundamentalmente político). En principio, lo que no sea académica o científicamente
verificable, NO será “Historia”, serán “historias” (en el mejor de los casos). Se impone,
como no podía ser menos, una lógica de método científico.
El Cine pretende otra cosa muy distinta. Su esencia es contar historias con un lenguaje propio, visual, que casi siempre busca la espectacularidad. Le es igual para ello
modificar datos o circunstancias si finalmente consigue atrapar el corazón y la imaginación del espectador. Aquí no se trata de precisión sino de Arte o –más modestamente y en la mayoría de las ocasión.
¿Ninguna vinculación, pues?
En mi modesta opinión, como amante de una de otro, es
que ambos, tanto la Historia como el Cine, pueden desarrollar algo realmente extraordinario: recrear atmósferas, revivir el pasado en su ambiente, de tal forma que el
lector o el espectador puedan hacer un viaje en el tiempo con ciertos visos de verosimilitud.
Un viaje que, de otra forma, sería prácticamente imposible, aunque la imaginación nos posibilite muchas veces “viajar” por nuestra cuenta a otros mundos, ¡que
se lo digan si no a la literatura! ¡Humanos somos!
A Dios gracias, hoy en día contamos con historiadores que son capaces de subyugar
tanto por su conocimiento como por su capacidad de trasladarte al pasado. Un pasado
que describen con datos y precisión, pero también y en ocasiones, con talentosas intuiciones y especulaciones y, además, con brío y talento literario. Con amenidad y
exactitud consiguen transmitir, a quien se acerque a sus libros, pasión por conocer la
Historia. En el terreno cinematográfico, más “variopinto” desde luego, nos encontramos con cineastas de todo tipo. Algunos, cuando se acercan a la Historia (o a lo que
sea), producen, reconozcámoslo, sarpullidos hasta en los espectadores más curtidos
debido a las penosas puestas en escena o a las patéticas pretensiones de historicidad
revestida de pompa, pero otros, a Dios gracias, consiguen arrastrarte a unos ambientes que respiran autenticidad (aunque el espectador ilustrado pueda, en ocasiones,
detectar “fallos” de rigor en la historia que se narra o aunque sea la imaginación y no
los hechos la base de esa historia concreta).
Es más que probable que si el cine pretendiese hacer Historia el resultado fuese un
documental (4), más o menos interesante, pero, seguro que sin el “alma” de espectáculo, que es, precisamente, la que consigue que podamos hablar en ocasiones de Arte
en el cine. También es totalmente cierto que, si la Historia quisiese “enganchar” al aficionado con artes menos “científicas” caeríamos, probablemente, no siempre, en una
trivialización divulgativa, que nos alejaría del rigor imprescindible.
Dejemos pues al Cine ser Cine y a la Historia ser Historia.
Ojos diferentes para cada uno, pero siendo capaces de disfrutar cuando encontramos en ambos lo que muchos queremos: sentir que el pasado resucita, “revivir” lo que pudo ser y gozar de esos
breves instantes en los que uno puede pasearse por mundos e historias que de otro
modo serían poco más que polvo. Hacer un análisis de cómo el cine ha utilizado a la
Historia sería más propio de un trabajo de Cine. Mi idea, en estas entradas dedicadas a las revoluciones de finales del XVIII, es utilizar el cine como
mero refuerzo, como apoyo gráfico, de lo que la Historia nos cuenta.
Con todo, sí
quisiera mencionar que, afortunadamente, la sensibilidad hacia el detalle de muchos
espectadores actuales ha propiciado un profundo cambio estético en el llamado cine
“histórico” o de “época”. Poco o nada tiene que ver ya, a Dios gracias, un “péplum” de
los años sesenta, en donde la falta de inteligencia iba acorde al tamaño de los músculos de los héroes protagonistas, con una película con argumento histórico de final de
los noventa o de los primeros dos mil.
Hoy en día la exigencia de verosimilitud por parte del espectador ha obligado a productores y directores a esforzarse mucho para encontrar ese “toque” que otorgue credibilidad a lo que se nos cuenta en pantalla.
El gran cine requiere hoy del consejo y asesoramiento de grandes profesionales de la
historia y suele contar, en ocasiones -y hasta cierto punto- con ellos (Robin Lane Fox
sería un ejemplo paradigmático (5) o Menéndez Pidal en El Cid, aunque –eran otros
tiempos- poco caso le hicieron).
Es evidente que no todos los espectadores que van a ver una película de ambientación histórica esperan recibir una “lección de Historia”, pero de lo que se trata aquí es
de conseguir que, al que sí le interese la Historia, pueda encontrar algunas películas que le ilustren y le hagan disfrutar al ver encarnados ambientes, personajes y situaciones que por un momento den vida al pasado de manera certera.
En el próximo post hablaremos de la "Revolución norteamericana".
Notas:
(1) El periódico EL PAIS publicó en colaboración con la Editorial Salvat una interesante
y muy accesible Historia Universal. En sus tomos 16 al 20 se analiza el periodo comprendido entre la Revolución francesa y el final de siglo XX. Hay, como es lógico, infinidad de buenas enciclopedias históricas. Para realizar estas entradas, cara a establecer los hechos básicos, también he consultado “Gran Historia Universal”, publicada por el Club
internacional del libro y escrita por diversos especialistas de diferentes universidades
españolas.
De manera más específica, autores como Daniel Boorstin (“Los creadores” y “Los
descubridores”), Donald Sasoon (“Cultura. El patrimonio común de los europeos”),
Richard Holmes (“La edad de los prodigios”) o Eric Hobsawn (“La era de las revolúciones”) focalizan su visión en aspectos concretos o se centran en un determinado espacio histórico temporal, aun manteniendo una panorámica general. También desarrollando una visión muy, muy, general, y pensando más en neófitos que en estudiosos de la Historia el gran escritor Isaac Asimov ofrece una amena y de muy fácil lectura “Cronología del mundo” que ayuda a situar esquemáticamente el periodo que analizamos. (Quizá demasiado fácil, pero, sin duda, puede valer para una primera toma de
contacto con la el mundo de la Historia). Por descontado, la bibliografía específica es
inmensa y el lector interesado puede encontrar textos de prácticamente cualquier aspecto que se le ocurra relacionado con los avatares del periodo histórico que abordamos.
(2) Hans Küng, (“Una teología para el nuevo milenio”), siendo teólogo y no historiador,
realiza unas consideraciones interesantes y oportunas al respecto: “La palabra moderno es ya antigua y se remonta a la Antigüedad tardía, aunque solo en la primera Ilustración francesa del siglo XVII comenzó a ser utilizada en sentido positivo para designar el nuevo espíritu de la época: era una expresión de protesta contra la idea
renacentista, heredada de la antigüedad, de una historia cíclica. De hecho, el Renacimiento, no obstante distar mucho del precedente cristianismo de la oscura Edad
Media, no utilizó la palabra “moderno” como término característico de su época. Su
mirada se orientaba de un modo demasiado “retrospectivo” hacia la Antigüedad. Justo
en el siglo XVII es cuando se llega a un nuevo sentimiento de superioridad, fundado en
los éxitos de la ciencia y filosofía “modernas” a partir de Copérnico y Descartes. Así se
manifestó en la polémica, de cerca de veinte años de duración, sobre la “Fuente de lo
Antiguo y de lo Moderno”, que tuvo su inicio en una famosa sesión de la Academia
Francesa en 1687. También en nuestros días la palabra “moderno” se refiere con frecuencia a una época fundamentalmente superada, mientras que se utiliza “posmoderno” como cifra de una época que ciertamente se inicia en estos decenios y que es
reconocida en su valor propio, pero que aún no se puede delimitar claramente.
Un dato sintomático (que confirma indirectamente nuestra división de épocas) es que
la idea secular de progreso, tan característica de la modernidad –una vez más en
oposición a un Renacimiento orientado al pasado- se acuña igualmente en el s. XVII,
para aplicarse en el s. XVIII, como signo de los tiempos con respecto a toda historia,
al conjunto de los ámbitos de la vida. Entonces es cuando aparece la nueva acepción
de “el progreso”, surgiendo al mismo tiempo la de la “la historia”. Finalmente, en el
siglo XIX, la fe en el progreso alcanza su punto culminante en el desarrollo científico técnico-industrial, y se convierte para liberales y socialistas en un sucedáneo moderno
y secular de religión” (Óp. cit. Pp. 21-22)
(3) Jordi Balló y Xavier Pérez efectúan un buen análisis de los argumentos universales en el cine en su obra “
La semilla inmortal” (Anagrama 2011). Mitos, leyendas,
y todo tipo de ficciones han alimentado la insaciable sed de historias del cine. También
allí se pueden rastrear retazos de Historia.
La revista virtual METAKINEMA ofrece interesantes aportaciones al maridaje cine e
historia. Página principal (metakinema.es) .
Página principal (metakinema.es)
(4) Hay documentales realmente excelentes. La BBC, sobre todo, parece producirlos
con especial encanto y talento. “Civilización” de Kenneth Clark o “En busca de Troya”
de Michael Wood son solo dos ejemplos de otros muchos (versados en otras épocas
diferentes a las que tratamos aquí y ahora) que avalan una tradición de reconocido
prestigio y calidad. También en USA los documentales de Canal Historia realizan una
tarea de divulgación digna de ser tenida en cuenta por los neófitos (aunque, al menos
desde mi punto de vista, algunos de ellos son de peor calidad que los de la BBC).
En España, poco a poco, empieza a brillar una labor similar de divulgación histórica,
aunque, por ahora, tenga menos resonancia mediática y popular que las producciones
anglosajonas.
Referencias en internet:
(5) “Robin Lane Fox (nacido en 1946) es un historiador y académico inglés, que ejerce de profesor titular en la Universidad de Oxford, enseñando Historia Antigua. Es el
padre de la famosa creadora de lastminute.com, Matha Lane Fox. Fue al internado elitista de Eton y al Magdalen College de la Universidad de Oxford.
Ha escrito numerosos libros y artículos, incluyendo: -Alexander the Great (Alejandro Magno, biografía más vendida del macedonio)
-Pagans and Christians (Paganos y cristianos)
-The Unauthorized Version: Truth and Fiction in the Bible (La versión no autorizada:
verdad y ficción en la Biblia)
-The Classical World: An Epic History from Homer to Hadrian (El mundo clásico:
una historia épica desde Homero hasta Adriano - su libro más reciente).
Lane Fox ha enseñado literatura griega y romana, así como historia de Grecia y Roma,
e historia de los comienzos del Islam. Fue el asesor histórico de la película Alejandro Magno, de Oliver Stone, en donde además trabajó como extra haciendo de un hetairoi en la Batalla de Gaugamela. Para ello tuvo que renunciar a que se le citara como extra en los créditos del film con las palabras Introducing Robin Lane Fox (presentando a Robin Lane Fox). Robin Lane Fox también escribe columnas sobre jardinería
para el periódico Financial Times".
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